La vestimenta del jugador de polo es una combinación de prendas ecuestres cuyos orígenes se remontan a la antigua Persia del año 2500 A.C., época en la que se inventó este ancestral juego.
A medida que el deporte fue expandiéndose primero por Asia Central y luego por Europa, comenzó a adquirir usos y costumbres de los países en los que se practicaba, tomando de cada sitio los materiales más nobles y duraderos.
Las botas, en los inicios del deporte, eran de cuero de búfalo de Mongolia, hasta que el juego se popularizó en Argentina, alrededor de 1870, y los maestros talabarteros como Héctor Fagliano comenzaron a hacerlas de descarne, es decir, del cuero de ternero lechal, lo que le daba gran elasticidad sin perder resistencia. Los pantalones o breeches eran confeccionados con algodón del valle de Kangra, de color blanco tiza, levemente embolsados en la parte superior para que el jinete pudiera desplazarse hacia atrás y adelante de la montura sin romper las costuras. Las rodilleras eran de cuero de búfalo y las mejores se podían encontrar en la famosa casa Smithson & Barnum, de Londres. Y por último los cascos, que en los inicios del polo fueron copiados de los sombreros de safaris africanos y luego fueron reemplazados por los de la mítica Casa Villamil, en Hurlingham, Argentina.
No es de extrañar ver a los polistas más consagrados vistiendo, terminado el juego, de sastrería o con un abrigo beis si el clima así lo requiere. Hasta no hace tanto tiempo un pañuelo Hermes en el cuello del jugador para no enfriarse hasta su siguiente encuentro era también bastante frecuente.
Terminado el partido, los jugadores se dirigen a una mesa a picar algo con sus pantalones manchados y se escucha un murmullo que pregunta: “pero ¿por qué llevan pantalones blancos?” Ese mismo pantalón blanco al que ahora se le recibe con un “buen partido” menos de una hora antes era despedido con un “buena suerte”. Seguramente de haber vuelto igual de blanco que marchó las conclusiones sobre su juego en la cancha hubieran sido mantenidas en silencio.
Aunque hoy el vaquero blanco se ha impuesto, los conocidos como breeches siguen presentes con su parte alta ancha para ganar comodidad y suficientemente estrecha en la parte inferior para poder introducirlo por dentro de la bota. El polo tanto de manga corta como larga ha estado siempre muy presente en la indumentaria del polista. No así ha corrido la misma suerte las americanas y los pañuelos que les protegían del frío y que vestían antes y después de bajarse del caballo. La indumentaria del público, aun no siendo objeto de este artículo, se ha relajado de tal manera que cada vez se hace más difícil diferenciarla de los seguidores de otros deportes.
El polo es el único deporte en el que el color de las botas es natural y no tintado. Con ello se busca no manchar de negro durante los múltiples contactos los pantalones del oponente. La cremallera de las botas permite al jugador ponérselas rápidamente en un deporte donde no existen vestuarios. El deporte del polo ha estado detrás de algunas de las curiosidades que todavía hoy la ropa y los complementos del hombre mantiene. Por ejemplo, se cuenta que hasta 1896 los jugadores ingleses abotonaban sus cuellos para que el viento no los moviera y les molestara, de ahí que hoy sigan existiendo camisas con botones en el cuello. El mítico modelo Reverso de Jaeger-LeCoultre se dice que apareció para que su anverso protegiera los frecuentes golpes que se producen durante el encuentro.
Como en otros deportes ancestrales, y como nos contó en su día con gran ironía un afamado polista argentino afincado en Sotogrande, todos estos usos y costumbres poco a poco se fueron perdiendo, y hoy los jugadores de polo juegan con breeches llenos de marcas, logos y palabras que nadie conoce, usan anteojos que los asemejan a un mosquito, coderas como si fueran skaters y hacen un concurso entre todos a ver quien tiene el casco más feo. Al recibir los premios se presentan con barba de tres días, gorrita para atrás, chancletas y se ponen a mirar su teléfono mientras se efectúan los discursos.
Bromas aparte, en lo que todo el mundo parece estar de acuerdo es que el polo fue y sigue siendo el juego de los reyes. Ahora solo falta que la indumentaria de jugadores y seguidores vuelva a estar a la altura.
El Aristócrata
5 comentarios
Deporte elegante donde los haya, además de muy estético de ver.
Gracias
El jueves desaparezco. Búsquenme en Sotogrande y para final de mes en el Polo. No juego pero nunca me lo pierdo. Qué gusto haberme encontrado este artículo para pasar los últimos calores.
A
Como jugador de polo que soy no he podido parar de reírme leyendo la conclusión del “afamado polista argentino afincado en Sotogrande”. Sería mucho preguntar de quién se trata. Buenísimo!
¡¡Mi deporte favorito!! Nunca lo he practicado pero siempre he querido hacerlo y nunca me lo pierdo. Por cierto… ¿Para cuando un artículo dedicado a la esgrima, su vestimenta y costumbres?
Espléndido artículo, como siempre, impecable. ¡¡Muchas gracias!!
Saludos:
Rafael Massieu.
Excelente nota queria comentar que por aqui, en Argentina, se ha difundido enormemente, manteniendo y elevandose la calidad de caballada y jugadores/jugadoras.
Diria que si gustan de este deporte no se pierdan para octubre/noviembre los partidos de la Triple Corona. Saludos.