La casa Cid, Herbón y López. bien podría presumir como hacen sus homólogos ingleses de llevar abierta más de cien años ofreciendo sus servicios
exclusivos de sastrería a medida. Hoy no hay ninguna sastrería en España, y muy pocas en Europa, que pueda presumir de haber mantenido el mismo apellido durante semejante número de años.
“Cid, aportó a la casa solo una generación trabajando en casa de los años 18 a los 50. Alejandro Herbón dos, hasta los 80 y mi abuelo, quien
murió en el 65 justo cuando yo nací, tres. López Herbón ya como tal nació a comienzos del siglo pasado de la mano de una familia de sastres navarros, concretamente del valle de Irache, quienes no tardaron en establecerse en Madrid. Concretamente fue D. Manuel López Larrainzar,
abuelo del protagonista de nuestra semana, quien a finales del siglo XIX sale de su pueblo natal para formarse como sastre en París y más tarde en Londres. En 1916 y tras una corta estancia en Galicia se establece en Madrid y abre en la Calle Cedaceros la que hasta hace poco fue la sede de una de las sastrerías más prestigiosas de España: López Herbón y Cia; sastrería que desde que abrió sus puertas no ha cerrado ni siquiera durante los días más oscuros de la Guerra Civil.
A los pocos años de su apertura la sastrería de la calle Cedaceros de Madrid se convierte en el centro neurálgico de la sastrería española como
demuestra el hecho de que en ella se han vestido tres de los últimos cuatro Jefes de Estado de España. Los hijos de D. Manuel, Manuel y Luis, no dudaron en seguir la estela de su padre y desde muy jóvenes unieron también sus vidas profesionales a la de su padre. Entre telas, hilos y tijeras los años fueron pasando hasta que llegó al mundo Gonzalo Larrainzar. A pesar de que el destino ya había decidido que Gonzalo Larrainzar continuara con la saga familiar iniciada por su abuelo, este prefirió desafiarlo y optar al terminar BUP por marchar a San Diego en California para aprender inglés. Tras su experiencia americana y tras desechar la idea de convertirse en piloto de combate, otra de sus grandes pasiones, decidió regresar al taller de la Calle Cedaceros y ponerse en el año 1983, con diecisiete años, a las órdenes de su padre y de su tío. Camino opuesto al que llevó su primo Javier quien si bien sí empezó también en la sastrería al poco tiempo su gran creatividad le hizo especializarse en mujer.
El padre de Gonzalo, Manuel, falleció quince años después de la llegada de Gonzalo al taller; concretamente en el año 98. De él Gonzalo
recuerda sus dotes innatas para la sastrería. “Mi padre no necesitaba de patrón. Con una tiza era capaz de marcar sobre la tela las medidas del cliente.
En cambio, mi tío era un fenómeno en todos los temas de marketing y relaciones públicas. Fue él quien nos abrió las puertas de Nueva York y Londres”. “Hoy, en cambio, la forma de hacer marketing ha cambiado tanto como los tiempos y darse a conocer en internet no es importante sino fundamental”. “Además yo creo en la colaboración de marcas del sector que si bien no son competencia sí se complementan. Como ves, yo tengo aquí una esquina con camisas de la camisería Burgos y con un espacio de una zapatería a medida del Callejón de Jorge Juan”.
Debido al fallecimiento prematuro de su padre se ve obligado a quemar etapas muy rápidamente y ponerse de mano derecha de su tío Luis quien
para entonces ya atesoraba en su haber más de cincuenta años de experiencia. Durante su primer año y medio en la sastrería de Cedaceros aprendió a coser y a picar solapas, cuellos a mano, cosido de ojales, montaje de hombros etc. Fueron necesarios seis años de aprendizaje para que su tío le permitiera entrar en contacto en el probador con los clientes. Durante esos primeros años ya entrando en el probador aprende más de patronaje, afinado sobre todo a realizar las pruebas e interpretar los mensajes del espejo. Sin embargo, todavía entonces Gonzalo ya con veintitrés años sigue siendo un mero espectador de lo que ocurre en el probador de su padre – su tío prefería atender él solo a sus clientes -. Era luego en la sala de afinado cuando su padre le explica cómo corregir las desviaciones visualizadas en el probador.
Tuvieron que pasar bastantes años más para que su tío también le invitara a entrar con él a probar a sus clientes. “Esto fue muy beneficioso
para mi aprendizaje pues conocí una manera diferente de probar francamente interesante”. “Con menos de cincuenta años puedo presumir de haber trabajado 15 años con un sastre, mi padre, y 26 con otro, mi tío, algo que hoy resulta muy difícil de imaginar en alguien de mi misma edad”. Le preguntamos cuál era la principal diferencia entre ambos y nos comenta que “mi tío a la hora de afinar necesita medir mucho, sin embargo mi padre hacía dos rayajos y la prenda salía igual”. “No obstante, ambos perseguían siempre lo que para ellos era el estilo de entonces la casa”. Trajes con curvas, largas chaquetas, con hombreras; claramente más inglés que italiano”. Hoy, cuatros años después de jubilarse su tío, quien lo hace con 80 años, es Gonzalo el único Larrainzar responsable de seguir la larga estela sartorial de este conocido apellido.
Aprovecha Gonzalo y echa la vista atrás para recordar aquellos gloriosos tiempos para la sastrería cuando se hacían cuatro mil trajes al año y
contar con sesenta personas, entre costureras y oficiales, era la norma en la calle Cedaceros. Hoy ese número se ha reducido drásticamente y solo cuatro personas trabajan en el nuevo taller de la calle Conde de Aranda. El contar con un taller pequeño obliga a Gonzalo a apoyarse en talleres externos pero le permite no tener que mantener un gran número de nóminas. “La la incertidumbre
sobre el trabajo que pueda entrar cada mes es cada vez mayor y no puedes permitirte tener mucha gente en plantilla parada”. No obstante, todavía la cifra de doscientos trajes es posible gracias a la buena organización que Gonzalo lleva a cabo con los dos talleres con los que trabaja.
Como hemos comentado en bastantes ocasiones en esta página, el no contar con un taller propio tiene bastantes ventajas económicas para el sastre pero representa un potencial peligro para el cliente. El hecho de que tu traje salga de las mismas manos de la persona que trabaja también para otra sastrería, o sastrerías, puede tener como resultado un traje sin personalidad, o muy parecido, si no igual, al que se entregará en la sastrería de enfrente. Evitar esto supone un gran trabajo por parte del sastre. Solo con un seguimiento muy exhaustivo de la forma de trabajar del taller y estando encima para asegúrate de que todo se hace a tu gusto y no según el de otro sastre o del propio oficial puede conseguir mantener el ADN de su sastrería.
No tengo inconveniente en reconocer que siempre he sido reacio a esta forma de proceder pero tras conocer en primera persona la forma de trabajar de Gonzalo y su equipo decidí probarlo en primera persona para poder formarme una opinión propia. Curiosamente, incluso externalizando parte del trabajo, en la sastrería de Gonzalo se hace más trabajo in-house que bastantes otras que se publicitan como con taller propio. Basta comprobar esto con el hecho de que por ejemplo los pantalones se hacen íntegramente en el taller de la calle Conde Aranda 8; pantalones que en la inmensa mayoría de las sastrerías españolas, incluidas las que cuentan con taller propio, se dan a pantaloneras externas.
Gonzalo es una persona francamente cercana y con la que es muy fácil interactuar. Sus 45 años ayudan también a poder hablar con él con total
libertad y confianza sobre lo que te gusta; aun cuando estos gustos puedan diferir en gran medida de los de su clientela más habitual. Es sencillo, no te analiza y te dedica el tiempo que haga falta para que le cuentes exactamente lo que quieres. Durante el tiempo que dura tu mensaje Gonzalo se dedica solo a escucharte para solo luego darte su opinión o ayudarte a “afinar” la idea con la que entraste a su sastrería. Quizás por su forma esa forma de ser, campechana y sencilla, es por lo que las nuevas dependencias de la calle Conde Aranda de 200 metros cuadros parecen más acertadas para su personalidad que en las históricas de la Calle Cedaceros de 400 metros. Quienes conocierais la sastrería de Cedaceros recordareis ese enorme piso de techos altos, rematado en madera, con infinitas dependencias y con un aire inglés y noble similar al de las sastrerías de Savile Row del siglo pasado. Era tal el movimiento de aquella sastrería que varios cortadores se agolpaban en una mesa de corte de nueve metros de largo mientras en una caja registradora se cobraban los trajes.
Si bien años atrás el triángulo de oro – área urbana comprendida entre las calles de Alcalá, Montera y Gran Vía, y donde se situaba la calle Cedaceros
– era la zona comercial por excelencia, hoy se ha quedado bastante a desmano y ha cedido su protagonismo comercial al conocido como barrio de Salamanca. Igualmente, la disposición y decoración de la sastrería de Conde de Aranda poco tiene que ver con la de Cedaceros. Hoy, la sastrería Gonzalo Larrainzar es un espacio mucho más moderno donde se fusionan recuerdos imposibles de mitigar de Cedaceros con pinturas y muebles de lo más actuales. Así se conserva todavía la mesa de corte, reducida, eso sí, de 9 a 7 metros de longitud – mesa que por cierto cuando se redujo en dimensiones necesitó de un gran trabajo al ser de madera maciza y de un enorme grosor. Igualmente, el probador es el original adaptado a las nuevas medidas de la habitación donde prueba Gonzalo. Una recibidor, un taller de cosido y afinado, adjunto a la gran sala de corte, terminan de rematan el núcleo principal de la sastrería.
En la sala principal se aprecian los muestrarios de solo tres casas de tejidos: Scabal, Loro Piana y Holland & Sherry. En opinión de Gonzalo estas son las mejores telas en cuanto calidad y variedad. Mientras echamos un vistazo y empezamos a definir el conjunto que buscábamos vuelve a echar la vista atrás para narrarnos sus primeros años en la sastrería de Cedaceros así como los motivos que le animaron a trasladarse a esta nueva. Confiesa que si bien su padre y su tío no cosían en su casa todos los trabajos estaban especializados. Quien hacía las mangas no entraba en la realización del pantalón y quien hacía los frontales no trabajada tampoco en el cuello. “Es la especialización la que consigue los mejores resultados”.
“Yo me encargo de la atención del cliente, la elección de las telas, la toma de medidas, la realización del patrón, el corte de la tela, las pruebas y el afinado de la prenda”. “Es clave contar con un buen taller que además de entender tu estilo también sepa trabajar las nuevas telas”. “Hoy las telas, por su escaso peso, requieren de mucha mayor pericia que en los tiempos de mi padre y de mi tío; tiempos donde las telas pesaban alrededor de los 400 gramos”. Gonzalo es partidario de trajes de 280 gramos ya que el cliente puede vestirlos prácticamente en cualquier época del año. “Jugando
con la construcción de la prenda y la entretela se puede hacer de la misma tela un traje un poco más abrigado o un poco más fresco. Las telas de 200-220 gramos se terminan arrugando mucho y tienen una vida muy corta. Por ello yo prefiero recomendar pesos de 280 gramos y si el cliente quiere un traje muy fresco desarmárselo lo más posible”.
Aprovechamos para preguntarle a Gonzalo si hoy podemos seguir hablando de un estilo López Herbón y él sin dudarlo nos confirma que sí pero
que al contrario del corte que gustaba a sus tíos él prefiere el corte italiano pero con un guiño claro al estilo español. “Para mi hoy ya no existe el estilo inglés. Han preferido incluso dar la espalda a cientos de años de tradición con tal de aproximarse al más vendible estilo italiano. Por eso creo que aunque pueda haber todavía algún guiño por larte de las sastrerías más tradicionales el estilo inglés ha muerto”. “Yo concibo más la sastrería como lo hacen los italianos. Para mi un traje debe tener arrugas. La perfección es el mayor enemigo de lo bello”. “Fíjate bien, por ejemplo, en los trajes del que seguramente sea hoy nuestro personaje más conocido. Son perfectos. Pero, ¿te gustan?”. “La indiferencia es el mayor insulto que se pueda hacer al trabajo de un sastre”.
“Para mi la sastrería española se enfrenta a muchos retos. El primer lugar convencer al cliente las grandes ventajas de un traje a medida, En
segundo, hacerle ver la gran cantidad de horas, y consecuentemente el valor y el precio, que esto significa. Al cliente hay que educarle. Hoy es bastante frecuente encontrarte con un cliente quien, debido al agresivo marketing de las casas italianas, te pide un traje de algodón de 200 gramos y te exige que no le haga arrugas. Y eso es sencillamente imposible”.
Le preguntamos que nos cuente más sobre su forma de trabajar y del estilo de su casa. Aprovechando que estamos delante de una de sus chaquetas nos comenta que “hace años que dejé de usar guatas. Plastones sí, pero no guatas. Solo cuando tengo un cliente con el pecho hundido uso las guatas”. “En las telas más ligeras también añado guatas de 3 milímetros para que arme la chaqueta mínimamente”. “La sisa me gusta muy alta. Si la sisa no está alta el cuello termina por desbocarse. Además, ¡para bajarla si molesta siempre hay tiempo!”. “El hombro me gusta poco armado con una buena punta de hombro y sin costuras cargadas. El chorizo, la verdad, es que depende del cliente”. “Además todos debemos tener en cuenta que los oficiales de antes eran mejores que los de ahora. La atención al detalle era mucho mayor entonces. Basta ver el número de puntadas que se hacían antes y ahora, las tapas, los puntos de cruz etc. para entender exactamente lo que digo”.
“Desgraciadamente la situación de la sastrería actual, y no hablo solo de la española, nos está llevando a industrializar algo la sastrería más
artesanal. Antes era impensable que unas solapas no se cosieran a mano. Hoy, aún cuando para ciertos prendas se cosan a mano, lo más frecuente es picarlas a máquina. Y esto no ocurre solo en España. Ocurre en todo el mundo. ¿Quién pica todavía hoy los cuellos a mano? ¡Yo no conozco a nadie!.” “¿Quién le dice ahora a un cliente que espere tres meses por su traje? Hoy todo es para ayer”. “Además, exceptuando los sibaritas que a ti te leen, ¿cuánta gente distingue si su solapa una solapa cosida a mano o máquina? ¿Y están dispuestos a pagar las horas extras que este trabajo lleva consigo?”. “Dicho esto, las entretelas, los ojales y los plastones siempre se deben coser a mano”.
Aunque todos vosotros sabéis que me es totalmente indiferente conocer los nombres de a quien viste este u otro sastre, este reportaje quedaría cojo sin hacer mención al cliente más conocido de la casa, el Rey emérito D. Juan Carlos quien dejó de acudir gran Collado y apostó por la familia Larrainzar por tardarle en confeccionar sus trajes de cuatro a cinco meses. “Don Juan Carlos y Don Ronald Reagan han sido con seguridad dos de los
clientes más agradecidos con esta casa”.
Nos comenta Gonzalo que tras el auge de páginas como la nuestra el interés por la sastrería se ha despertado entre los jóvenes. Si bien esta casa
se ha caracterizado por una clientela madura, desde hace algunos años cada vez entran más en ella gente joven. Al preguntarle cómo se enfrenta a este tipo de cliente Gonzalo nos comenta “si yo pudiera aconsejar a un cliente joven le recomendaría los pantalones sin pinzas y sobre todo solapas de pico”. Tras esta recomendación echamos nuevamente al vista atrás y le preguntamos por la época dorada de la sastrería española, los años 50 y 60. “Durante esa época mi abuelo, los Mogrovejo y Collado eran los únicos que podían presumir de hacer 12.000 medidas en un año. Eran los tiempos en que los hombre solo salían a la calle con traje. Se buscaba sobresalir sobre el resto y la competencia entre los clientes de las sastrerías más conocidas era muy grande”. “Esa competencia ya no existe. Hoy el focus está más en las chaquetas napolitanas, los forros, en el entalle y largo de las prendas. Dicho esto, la gran diferencia entre antes y ahora está en el color de las prendas. Antes la variedad de colores era enorme. Hoy, por el contrario, todo lo que se hace es azul y gris. El resto está todo inventado y es exactamente igual. No podemos olvidar que estamos hablando de sastrería no de física cuántica”.
La conversación deriva en los hobbies de cada uno y Gonzalo nos comenta que él es un apasionado del senderismo. “Mi pasión por la sastrería la
comparto con mi hobby del senderismo. He estado el Alaska, Islandia, Groenlandia, el Ártico. He hecho el Aneto y el Monte Perdido y siempre en invierno y con nieve. Pero desgraciadamente el deporte me toca hacerlo entre semana y en vacaciones ya que los sábados es el día cuando la gente más va a la sastrería”.
Nada de todo esto que nos cuenta podría ser contrastado sin poder apreciar su manera de trabajar. Por ello, nos entregamos al placer que supone
el conocer la forma de trabajar de un nuevo sastre y empezamos a discutir con él el mejor conjunto que traer a estas páginas y que los lectores puedan entender y visualizar la manera de entender la elegancia masculina de la centenaria casa. Nos ponemos de acuerdo en buscar un conjunto que fusione el concepto de Gonzalo de elegancia española y su manera de entender la sastrería italiana. Para ello escogemos un dos piezas compuesto por una chaqueta azul petróleo de 260 gramos de Scabal del muestrario Capri y un pantalón gris muy claro de 240 de Holland & Sherry del muestrario Targer Gaberdines. El trabajar con la camisería Burgos representa una enorme ventaja ya que nos permite además elegir entre una enorme variedad de telas de camisas para los detalles interiores de la chaqueta y el pantalón”.
La toma de medidas se realiza en el probador centenario de Cedaceros adaptado a las medidas de las nuevas dependencias. Mientras me toma
medidas, un ayudante va pasando a papel las medidas que luego Gonzalo llevará al patrón. Este proceso se alarga bastante ya que es en este momento cuando definimos todas las particularidades del traje.
Como veremos en el próximo capítulo donde narraremos la fase del hilvanado, optamos por una chaqueta cruzada, de bolsillos estándar, con dos aberturas y con solapas de 9,5 centímetros. El pantalón, por su lado lo diseñamos con una falsa pinza, con vuelta y limpio, sin bolsillos, en el trasero. Una caja alta y pensada para tirantes remata su forma. Una vez fuera del probador, dedicamos un tiempo más que considerable a escoger el forro de la chaqueta, sus detalles interiores y sus botones – algo esto último complicado por el color de la chaqueta -. Para todos estos detalles Carmen Olave, dueña de la camisería Burgos, nos recomienda una tela de camisa de la mítica casa Liberty de Londres. Este proceso lo repetimos con todo el interior del pantalón, aunque para ver el resultado y conocer menor la manera de trabajar de la nueva casa Larrainzar tendremos que esperar al próximo capítulo.
El Aristócrata